A veces la vida es injusta.

Esta tarde a mi salida del trabajo rumbo al gimnasio con La Perla Negra, he tenido un pensamiento que pocas veces me he parado a pensarlo bien, precisamente por esa rutina que llevamos todos de seguir con nuestra vida y dios a la de todos.

En Madrid he tenido un dejavú sobre una misma situación que tenía en Barcelona, en las mismas circunstancias de fin de la jornada laboral, gimnasio, rumbo a casa, y la lamentable situación de los vendedores ambulantes en los semáforos (lamentable en el sentido de que es una vida triste que muchos de ellos no merecen porque la vida les ha maltratado).

En este caso, en lugar del clásico semáforo de la diagonal a la altura de las universidades, ha sido en el cruce de la avda. América con la conocida calle 30, creo que es, el caso es que por un lado nunca he sido solidario con ellos, no por maldad ni por que les mire mal, sino porque yo tampoco soy rico para ir regalando. Aunque cierto es, que un poquito de lo nuestro, es un mucho para ellos, aunque sean 50 centimitos  que algunos no valoran mucho en esta sociedad.

Esta clase de gente podrán ser vividores, yonkis, alcohólicos, o en el mejor de los casos desintoxicados. El caso es que son gente discriminada por la sociedad con más poder adquisitivo. Pero, ante todo, son humanos, muchos de ellos llevan heridas de guerra, secuelas psicológicas, y las peores (al menos las más impactantes) las secuelas físicas; como amputaciones o defectos físicos. Nadie es perfecto y esta gente, desgraciadamente, menos todavía, pero no por eso hay que mirarles de reojo como si fueran escoria, no señor, son como todas las personas, buenas, malas, rebeldes, a no ser que se de el caso que te hagan una putada muy gorda personalmente, no puedes reprocharles nada. Tampoco deberíamos dejarnos influenciar por «las pautas sociales» para juzgar al prójimo por las apariencias, entre lo que esta bien o mal convencionalmente, porque eso nos restaría credibilidad a nuestra reputación librepensante.

 

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La persona que estaba ganándose la vida en el semáforo esta tarde, como todas las tardes que paso de vuelta,  cuando se a acercado a la Perla se ha parado un momento al entablar una conversación empática sobre la vida. Y, rebuscando en mi bolsillo, he sacado el monedero para darle unas moneditas, apenas llegaría a los dos euros, porque con el semáforo casi en verde y la chatarrilla que me quedaba no he parado a contarlo mucho y le he soltado un puñadito de mis beneficios, escasos y humildes pero que muy buenamente me ha agradecido, y al menos, para que se tome un cervecita a mi salud y, como la tapa es gratis depende el bar, al menos para una mini-merienda le servirá.

Con tal hazaña me he puesto melancólico aplicando algo que ya sabía, pero más a fondo. Una lección de humildad que deberíamos hacer todo el mundo, no como exigencia, pero si como una recomendación para ir igualando el mundo. Porque tan pequeña acción me ha hecho sentirme bien conmigo mismo, sabiendo que he ayudado a otro ser humano por poco que sea, menos es nada. Si todos hiciéramos lo mismo aportando nuestro granito y dejando a un lado nuestras diferencias, granito a granito se hace una montaña de buena fe.

Me gustaría dedicar a toda esta gente una canción, que desde los tiempos del semáforo de Barcelona, y ahora en el de Madrid, siempre me ha recordado este tipo de anécdotas, quizás no tenga mucho en común con algunos, pero es mi interpretación, se trata de la canción de “El Yonki” de Estopa.

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