Dicen que nadie puede ser dueño de nadie y que cada uno somos dueño de nuestra propia vida. No se bien si soy dueño de mi vida, pero lo que tengo claro es que, quiero liderar mi vida encontrando el equilibrio entre lo que me gusta y lo que debo hacer. Porque a la hora de la verdad, el que más o el que menos, quiere controlar las circunstancias; las propias evidentemente y las externas para que no le chafen las propias. Siempre he intentado ser dueño de mi propia vida, no se si alguna vez lo he logrado, porque en gran medida dependemos de la aprobación de los demás, de las necesidades de los demás, de la gente que nos quiere y de cómo cada decisión que tomamos tiene un efecto dominó. Pero tengo claro que decisiones he tomado y seguiré tomando para alcanzar mis sueños, aunque sea en solitario si nadie me acompaña. (exceptuando el calor de la familia, que ni que decir hace falta que es el principal aliento). A partir de ahí, mis puertas están abiertas para quién quiera entrar o salir. Porque de la misma manera que pueden juzgarme por quién soy, me reservo el mismo derecho de admitir a quién no cumpla las reglas del juego, juzgando o manipulando para controlar vidas ajenas.
Escogí una profesión en contra de la opinión de la mayoría. «No vas a tener salida» me decían. Hoy en día, la tecnología está al orden del día y cada vez existen más posibilidades de negocio. Si me atasco es responsabilidad mía y, yo mismo soy autosuficiente para reconocer mis limitaciones, no es necesario que nadie me lo recuerde.
Escogí disfrutar del servicio para sentirme útil ayudando, para que quienes no puedan decir lo mismo puedan acabar realizando su respectiva tarea igual.
He hecho siempre lo que me ha parecido justo y lo que me ha hecho feliz sin mirar a quién, pero sin dañar a nadie tampoco. A cambio, he recibido las mismas críticas que si no lo hubiera hecho, con la diferencia que haciéndolo he aprendido que se puede conseguir todo lo que nos propongamos, y quién critica lo hace porque no confía ni quiere que los demás sean capaces de hacer lo que uno mismo no se siente preparado para realizar.
Con el tiempo, y con mucha voluntad, he ido superándome para librarme de las inseguridades y hallar la paz interior. A día de hoy me siento pleno, pero nunca hay que bajar la guardia, porque lo que difícil llega, fácil se va.
Escogí trivializar, reír y rodearme de personas con mi mismo desorden mental.
Escogí reconocer y aceptar mis errores, no justificarme por ellos y no dar más explicaciones de las necesarias, porque a buen entendedor no hacen falta palabras. Ha sido complicado porque cuando tratas de ser perfecto, tú mismo te conviertes en tu propio enemigo.
Aprendí a expresar mis emociones, a reír, llorar o gritar, como un niño, sin sentirme mal por ello. Porque no hay nada más honesto que la inocencia de un niño. Acepto las emociones dependiendo del momento, porque forman parte de nosotros y no se pueden controlar. Controlar lo inevitable provoca falsedad.
Escogí no tomarme la vida muy en serio, escogí el amor, la pasión, entregarme, confiar… con el riesgo que supone. Sufrir es vivir, porque vivir supone caer, levantarse, aprender e insistir y cada nuevo error estás más cerca de la meta, porque aunque tropiece dos veces con la misma piedra, no caigo igual que la primera vez, aprender te enseña a caer con estilo cada vez mejor.
Así que si, supongo que soy dueño de mi vida porque soy capaz de priorizar mis decisiones, escoger mis relaciones personales con los demás y como sentirme en cada momento. Sin importarme como de mal me hagan sentirme quién aún no es dueño de su propia vida (aunque eso mismos piensen que sí). Y sobre todo, porque todavía me quedan muchas metas por cumplir y lecciones que aprender, o reaprender. Soy el protagonista de mi vida y eso exige mucho compromiso.