Cuando pongo en práctica algo nuevo que recién he aprendido, que no me sentía capaz para aprenderlo, hacerlo o me daba vergüenza aplicarlo por «el que dirán…», me entra una especie de vergüenza y nerviosismo como si tuviera 5 años, pues bien, no es vergüenza!!!

Es la ilusión de emprender acciones como si fuera la primera vez, y como si no me importara lo que los demás piensen (más allá de un breve sondeo del sentido del ridiculo para detectar el momento oportuno). Y reírme de quién intente reírse de mí, o de mi entorno porque, aparte del sentido de rídiculo, no hay nada más sano como tener sentido del humor para reírse de uno mismo.

Se trata de sacar el niño interior que llevamos dentro, que aflora y que no debe morir nunca. Porque el día que muera nos dejará el espíritu vacío y ese día es mejor que llegue estando lo más satisfechos posible, más que de tomar las mejores decisiones, de tomar las mejores acciones que nos hayan hecho sentir vivos, para que cuando no podamos mover un músculo más y nos tengan que meter en una caja bajo tierra o dispersarnos por el ambiente como una nube de polvo, descansemos en paz eternamente.