En el fondo siento lástima y compasión por los (hablando en plata, con perdón de la expresión) mal llamados gilipollas porque, algunos de ellos, no dejan de ser víctimas ciegas y conformistas del sistema narcisista, reconvertidos en verdugo por las emociones mal gestionadas que provocan la sed de venganza.
Hablo desde la empatía en que yo también fui gilipollas, o al menos estuve al borde del abismo de serlo, gracias a la suerte de haber despertado a tiempo y, sobre todo, gracias a haber recibido una buena educación por parte de una buena familia y un entorno honesto. Y cuando hablo de «buena família» o «buena educación» no me refiero economicamente, sino a unos principios humildes pero íntegros y estables.
Últimamente, cuanto más progresa la sociedad actual, hay más caos emocional, falta educación, en cierto modo porque el sistema narcisista no lo pone fácil recortando derechos básicos por naturaleza. Y por si fuera poco, las víctimas ciegas no colaboran en mostrar iniciativa por salir fuera de la zona de confort. Aunque es complejo salir, una de las ventajas del progreso es la diversidad de herramientas para encontrar y comparar información.
Hay dos clases de aprender en la vida; aislarse en una cueva a meditar durante años o aprender con la práctica del sufrimiento diario con la finalidad de superarse a sí mismo, para ser mejor persona entrenando la capacidad de resiliencia y disernimiento.