Cada vez se habla más de maltratos, acoso, bullying… tanto en la vida real como en la red. No es algo que venga de ahora, sino ya viene de tiempo atrás, de hecho, es algo innato de la supervivencia de las especies pero aplicando la evolución humana se ha intensificado aún más la intolerancia, y con los medios tecnológicos de hoy día ha favorecido la comunicación entre especies para que salga aún más a la luz.
Todo el mundo a lo largo de su vida ha experimentado, o experimentará, en algún momento los síntomas del acoso por parte de algo o alguien. Y es que, el acoso no es más que un conjunto de circunstancias emocionales que nos hacen sentir infravalorados respecto aquello que nos hace sentir intimidados, ya sea por competitividad, rivalidad, por algún tipo de frustración a nivel personal, el tipo de educación, los prejuicios y/o la presión social de una sociedad abocada cada vez a ser más materialista, consumista y capitalista por no enfocar correctamente los intereses personales que afectan lo profesional y demás ámbitos.
Hay que tener claro que, nadie es mejor ni peor que nadie, cada uno es libre y único para dejarse influenciar, o influenciar por sus intereses o gustos personales que encauzan nuestra vida hacia el resto de ámbitos. Dependen mucho los factores psicológicos y las emociones de cada momento, el cuerpo humano como el de todas las especies es una montaña rusa de sensaciones. Cuando algo nos gusta o nos disgusta crea una tendencia a superarnos o a hundirnos dependiendo de la voluntad y la esperanza que cada uno crea para sobrevivir.
Por un lado está el acosador y por otro está la víctima. Por cruel que parezca, todo el mundo hemos sido acosadores o victimas en algún momento de nuestras vidas. Dependiendo del momento y de nuestros interlocutores, han surgido circunstancias emocionales que nos hemos sentidos incomodados o que nos han incomodado, consciente o inconscientemente. La cuestión, es aprender a identificar las causas de esas circunstancias a través de la auto-reflexión y la auto-critica tolerantemente. La diferencia de hacerlo o no, nos quedará marcada por el estigma de acosador o víctima que puede repercutir en delincuencia y/o frustración. Además, la delgada línea que separa al acosador de la víctima es tan fina que, cualquiera puede terminar siendo acosador o víctima. Porque la mayoría de los actos de acoso-victima suelen empezar por tonterías y pequeñas disputas que se van haciendo más grandes con el tiempo.
También, pueden haber varias clases de acosadores y victimas. Por un lado, está el acosador que se dedica atacar a su víctima y en un determinado momento hay un cambio de rol, ya sea porque la victima tiene refuerzos para vengarse o tomarse la justicia por su mano. Y por otro, está la victima que tras aguantar el acoso permanente, se convierte en acosador de una nueva víctima justificando sus actos por el acoso recibido, a modo de venganza personal. De ahí la importancia de la actitud, para no tomarse los prejuicios demasiado a lo personal.
Lo mejor, para detectar si nos encontramos ante cualquier tipo de injusticia, física o psíquica, es pararnos a pensar si podemos evitar que se produzca o prolongue la agresión. Porque es cierto que dos nos se pelean si uno no quiere. Parando la agresión, ya sea ignorando al rival o haciendo ruido para llamar la atención de posibles defensores. Defensores que muchas veces no llegan o no se pronuncian por miedo o por complicidad de la agresión, afectados por los mismos motivos de inseguridad o presión social.
Siguiendo la ley de la naturaleza, el acoso no deja de ser una práctica natural de la supervivencia entre especies por demostrar la superioridad del más fuerte, tanto física como psíquicamente, ante la defensiva del rival más débil. Pero en una especie racionalmente evolucionada como es la humana, deberíamos aprender a controlar este instinto natural para sobrevivir dejando a un lado nuestras diferencias e intereses personales para trabajar más en equipo. Haciendo hincapié por ayudar al prójimo más desfavorecido en lugar de menospreciarlo.
Y para ayudar al prójimo colectivamente, antes debemos conocernos a nosotros mismos individualmente, aplicando dicha auto-critica y auto-reflexión, para disfrutar de los pequeños placeres no materiales y aprender a convivir tanto en soledad, para conocer nuestras limitaciones, como en grupos sociales para aprender a valorar mejor las aptitudes de los demás.
Realizando actividades que fomenten nuestra creatividad para enriquecer nuestras aptitudes y encontrar aquello que anhelamos. Con 5 minutos de auto-reflexión diarios serían suficientes, incluso menos, dependiendo la agilidad mental de cada uno y la práctica en meditar.
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