La historia de mis máquinas

A lo largo de mi vida he tenido varias bicis, en realidad, la bici siempre ha sido  una extensión de mi desde que tuve un triciclo con el que, los pocos recuerdos o el único al menos, es danzando por el pasillo de casa y chocándome contra la mesa de la cocina, recibiendo la pertinente reprimenda por ello porque, lógicamente, no es lugar más apropiado para rodar.

Mis primeros años de vida, a pesar de las lagunas que ya voy acumulando con los años, fueron los cambios más recientes por el crecimiento respectivo, hasta la adolescencia que empecé a tener más cultura de cuidar y mantener mi bicicleta, instruido por la vieja escuela de mi padre y mis tíos por ambas ramas genealógicas.


A inicios de los 90’s, o poco antes, tuve la clásica BH roja con la que ya me flipaba e imaginaba que vivía aventuras en dentro de la propia corrala del barrio o en la plaza del pueblo, como si fuera un vehículo “de motor” más, brrrmmm, brrrrmmm. Con ayuda de mi padre, la tuneamos un poco a mí gusto, añadiéndole luces reflectantes, banderitas, pomos prácticos y bonitos, alguna pegatina, etc. En caso también teníamos otra BH más grande y dorada, que pertenecía a los tiempos mozos de mi madre, y solía cogerla uno de mis dos progenitores para acompañarme en las rutas más largas.

También, fue la bici donde aprendí a pedalear y mantener el equilibrio cuando me quitaron los ruedines. Recuerdo el día como si fuera ayer, era un día de verano, a mediados de agosto del 91 o 92 debía ser, mi padre un día se levantó y me quitó los ruedines, alentado también por unas buenas amistades que me alentaban a “perder el miedo” y convertirme en un muchachote, mi primera fase de madurar. No recuerdo que me costará mucho, quizá algo nervioso estaba pero, quizá, la sensación de sentir la inercia y la brisa del aire sin ayuda de ningún ruedín, me hizo sentirme satisfecho como cuando completas cualquier reto personal.


Personalización que mantuve cuando cambié de bici en el año 93, con suma pena pero embelesado por la nueva adquisión que me compraron al cumplir los 9 años, si mal no recuerdo. Se trataba de una Orbea de color azul, con el manillar como si fuera una Harley Davidson.

Además de las clásicas caídas tontas y golpes en la rodillas o con los pedales en la espinilla, mi primera caída con gavedad fue en una carrera popular de El Papiol, en mi antigua residencia del Baix Llobregat, en una recta con bajada acabé frenando con la barbilla y me tuvieron que llevarme al ambulatorio a que me dieran 8 puntos de sutura.

Fue la bici que más pena me dio deshacerme, es posible que la regaláramos a algún pariente o amigo, pues debido a lo normal de la época de crecimiento, a los dos años me regalaron la siguiente bicicleta. 


En el año 1995 empezó a evolucionar el mundo del montain bike o MTB que cambiaría el mundo del ciclismo para siempre. Las primeras MTB eran de hierro colado, los más “pros” fardaban de minimalismo con las avanzadas a su tiempo de aluminio, el carbono aún no existía creo o no había llegado a España aún.

Mi abuela me regaló para mi cumpleaños mi nueva adquisión, también mi padre aprovechó a comprarse otra mountain bike, ya que en casa solo teníamos dos bicis, mis respectivas y la BH clásica de mi madre, la cuál con unos meses más tarde también acabaríamos adquieriendo otra mountain bike para mi madre, sin dejar de conservar la BH clásica por nostálgia.

Mi segunda caída épica no tardaría en llegar, en una salida por el monte, junto a mis padres, mi madre y yo competíamos a ver quién era más globero, como se suele decir. Y por reírme de mi madre, el karma me hizo que me cayera por un pequeño abismo lleno de zarzales. Nada grave, pero las pasé un poco putas para salir del atolladero, gracias a la maña de mi padre me tiró un cable o, mejor dicho, un cinturón para tirar de mí e ir escalando el montículo de nuevo.


En el año 2000, con la bici en la casa del pueblo para que no estorbará en el piso de la ciudad, perdí un poco la afición a montar, pero no las ganas. Unos familiares cercanos, mi madrina concretamente, nos vendío su par de bicicletas por más desuso todavía, un par de Montys de aluminio en buen estado de conservación. Yo me agencié la verde grande y mi madre se quedó la roja más pequeña de mujer, mi padre mantenía la montain bike, aunque empezamos a deshacernos de la BH clásica muy demacrada ya y regalar a mi mejor amigo mi primera mountain bike.  Que, por cierto, aún debe permanecer en su finca.

Las Monty verde le exprimí bien el jugo con los desplazamientos como rutas por los caminos del pueblo y las salidas por Collserola junto mi padre y con amigos suyos. Finalmente, con el progreso de mis obligaciones como adulto, la bici se quedó de nuevo en el pueblo y la afición de nuevo volví a perder un poco, aunque la recuperé virtualmente, tras apuntarme por primera vez a un gimnasio de barrio, después me cambié a la franquicia del DiR junto al trabajo y así fue como por el año 2004 descubrí el ciclo indoor o spinDiR.

El ultimo año que estuve en Barcelona, aprovechando a cultivarme como persona y renovarme como profesional, volví a llevarme la bici a la ciudad para utilizarla tanto en rutas outdoor como desplazamientos urbanos al trabajo. Al final, la bici murió en un contenedor a finales de 2007.


No fue hasta poco después de cambiar de aires y de residencia, un par de años más tarde, ya integrado en el pueblo por el 2010 me compré una bicicleta del Decathlon, la RockRider 6, con vistas a recuperar la afición. Que por cierto, la he mantenido por nostalgia de mantener una 26” aunque sea para los desplazamientos cortos, hasta que recientemente algún gracioso nos la hurtó.

Al menos recuperé la afición, los fines de semana y los períodos sabáticos, ya que durante la semana mantenía la costumbre de ir al gimnasio después de la oficina, a realizar mi rutina de ejercicios diarios y, por supuesto, la sesión matutina de ciclo indoor. Siempre ha sido mi vicio número uno, implicación y disciplina total con mi pasión personal.

A partir de ahí, el rendimiento empezaba a ser notable en la transmisión de la bicicleta y la evolución de la tecnología también influía en nuevos modelos, para que acabará renovando de bici cada 6 años.


Así llegó a mi vida, la Specialized White 2014 de 29″, alías “la mini bala” siendo el “mini yo” de La Bala, así que aprovechando mi trigésimo cumpleaños, mi Abu volvió a contribuir a ello. La afición empecé a tomármela cada vez con más constancia y decisión de superación y disfrute en las rutas, imaginando cada vez distancias más largas, incluso para pernoctar en modo supervivencia. Así, sin tener ninguna influencia o poca más que el espíritu viajero que me han inculcado en casa.

Quizá la experiencia mochilera de pasar una noche fuera en la montaña con un amigo, yendo de paseo con los perros y Rex, sembró en mí la siguiente semilla de un nomadismo que brillaba en mi interior.  Y así fue como, entre rutas y carreras, mi cuerpo pedía explorar más lugares y rescaté una vieja idea que resonaba hace tiempo por casa, de realizar el Camino de Santiago.


Después de otros 6 años más, la “mini bala” estaba resentida de kilometrajes y varios Kaminos y, de nuevo, para mí cumpleaños adquirí una nueva joya del ciclismo, cada vez más mejorada. Aunque siguiendo el mismo estilo de siempre y, sobretodo, que la anterior contento con su rendimiento cayó otra Specialized de 29″, pero en color negro con dos platos, un manillar más grande y cableado interior. Así nació el “mini yo” del Engendro Diabólico, el “mini engendro” o también “La pantera”. 

Con el “mini Engendro” he recuperado mi estado físico y anímico tras una crisis existencial provocado por una mala experiencia que colmó el vaso de las malas experiencias. También, aburrido un poco de realizar las rutas cerca de casa, enfermé de mapamunditis y durante la pandemia exploté, saliendo a explorar nuevas rutas y retos por España.


También añadir que durante un concurso de redes sociales, me tocó una bicicleta de carretera profesional del equipo Movistar Team. La Canyon R39 de 2019 y que sorteaban en 2020 con la renovación anual de equipo. Apodada la Canyonera, prometía más que yo devorar muchos kilómetros, aunque yo aún no había recuperado mis capacidades al ciento por cierto para disfrutarla, tampoco me llamaba la atención y me dí, definitivamente, que mi estilo de ciclismo era el MTB. Al menos, pude sacarme esa espinita para argumentar la experiencia monótona de la carretera, quizá si vuelvo a tener otra bici lo más parecida a una de carretera, será una gravel híbrida para poder alternar tanto caminos como carreteras con más fluídez que una MTB pero menos peligrosa que una de carretera.

La Canyonera acabé vendiendola al mejor postor de emociones que supiera cuidarla tanto como lo hago yo con una de montaña, y la bici estuvo tan cotizada que voló.


Mi madre también adquirió una nueva bicicleta para intentar recuperar la afición, aunque fuera en trayectos cortos, una RockRider de 27.5” del Decathlon y que, tuve que tunear acorde la aventura del Kamino Katarreño para sustituir a la “mini bala” lesionada en el último momento de puesta a punto.


Y esa es la historia de mis bicicletas y el nombre que les he ído apodando a raíz de frecuentar cada vez más el hábito. A día de hoy, mantengo el «mini engendro», la «mini bala» que necesita un trasplante de transmisión urgente ya y el «Bikeengendro» de 27.5″

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