La pregunta que siempre me he hecho, ha sido; ¿Por qué las personas nos hemos hecho tan diferentes de pensamiento proviniendo del mismo origen?
Aquí es donde una vez más tiene que ver el poder de la mente, ese hecho natural para quienes tarde o temprano llegan a comprender, e insólito y ficticio para quienes tienen los pensamientos bloqueados por vibraciones negativas y no encuentran el camino de evolucionar hacía una vida prospera.
Todos derivamos de nuestra forma animal de los primates. A partir de ese momento empezamos a desarrollar dicho poder, conocido como pensamiento a través de la acción conocida como razón. La explicación racional que encuentro a que haya seres que en mayor o menor proporción tengan dificultades para desarrollar todo, o casi todo, el potencial de su mente, lo achaco a intereses personales que interfieren en la plenitud espiritual y el sentimiento por todo aquello que nos rodea.
Cada persona a partir del momento en que evolucionamos se crean las leyes del pensamiento, empezando por resolverse a sí mismo sus propias ideas, resoluciones, etc. Cuando se da el hecho de aparecer un pensamiento negativo, aparecen esas vibraciones negativas que desembocan en la ambición egoísta de conseguir superar dicho obstáculo a cualquier precio, aunque tenga que poner en riesgo la moral del resto de personas en desacuerdo, como si no tuvieran rival ni escrúpulo alguno.
Es muy triste dada esta circunstancia, y ha sido una explicación desde el punto de vista espiritual y sentimental en que cada vez creo más en este aspecto como explicación de la vida y sus circunstancias, en evolucionar a través de una mente abierta, haciendo el esfuerzo, si cabe, de comprender las leyes de atracción del universo. Confiando el futuro de nuestro destino a nuestra suerte con esfuerzo y voluntad, aprovechando todas y cada una de las oportunidades que se nos ofrece de seguir evolucionando la supervivencia, y aprovechar la vida con las facultades mentales que disponemos para dicha evolución, para ampliar las aptitudes según vamos evolucionando.
De tal manera que podemos diferenciar entre dos tipos de inteligencia, conocidas también como emocionales o inteligentes, las emocionales serían aquellas que tienen la capacidad de controlar nuestras emociones, e inteligentes aquellas que hacen el esfuerzo de comprender el universo que les rodea con disciplina. Cuando ambos tipos de inteligencia están equilibradas todo está en armonía con el universo, de lo contrario, es cuando las diferencias producen ciertos desajustes mentales que conlleva al caos y a la desorganización personal.
Las personas son seres sociales por naturaleza y, la mayoría estarán de acuerdo que, a todo el mundo le gusta caer bien y ser socialmente aceptado en sus respectivos círculos sociales. Pero, no siempre se puede, ni se debe, ser aceptado socialmente, dependiendo de los intereses de cada persona pueden surgir dos tipos de facultades que potencien o destruyan la autoestima del individuo a quién vaya dirigido, la crítica y el halago.
La crítica puede ser ejecutada de diversas maneras; constructivamente para hallar soluciones a través de la autocrítica, y despectivamente para sentir superioridad moral menospreciando la parte contraria. Por el contrario, el halago hace más referencia a destacar las virtudes y cualidades que destacan en el individuo. Tanto la crítica como el halago pueden resultar igual de beneficiosos como dañinos, dependiendo las intenciones con las que se empleen. La crítica, evidentemente, puede terminar destruyendo la autoestima de cualquier individuo emocional. Como autocrítica puede ayudar a un individuo, de manera personal, a evolucionar espiritualmente o madurar. El halago servirá de reconocimiento para elogiar las hazañas positivas que se aventure, pero también puede desgastar la autoestima de un individuo que no sepa gestionar las emociones por una determinada popularidad reconocida de otro individuo que se sienta atraído por dichas hazañas.
Siempre hay que procurar ser prudente con nuestros actos y coherente con nuestras emociones teniendo en cuenta, en la medida de lo posible, no hacer sentir incómodos a otros individuos.