No nacemos aprendidos pero, a medida que crecemos nuestras consecuencias marcan nuestro destino. Quisiera compartir un par de anécdotas que viví de adolescente y ha resultado marcar mi destino de explorador.
Corría el año 2000, solía quedarme a comer en el instituto porque mis padres trabajaban ambos y, además, vivía en el pueblo de al lado y no solía llevar dinero encima, porque el transporte escolar ya estaba pagado, por la mañana y por la tarde. Aunque mis padres solían darme un pequeño dinero para posibles gastos o necesidades del día a día, yo me lo guardaba sin pedir más, dividiendo una parte entre la hucha y el monedero intocable por sí acaso con lo justo para algún avituallamiento y transporte diario que pudiera surgir. Así fue como aprendí a gestionar o aplicar la gestión economica cada día, lo cuál demuestra que ya tenía constancia que no necesitaba mucho más para ser feliz, a diferencia del resto de chicos y chicas de clase que preferían gastarse sus ahorros en objetos y ropa de marca.
Quizá mis hábitos afectaran a mi reputación de bulling en los años 90’s, siendo nefasta, por ser un chico gordito e introspectivo que no encajaba entre la soberbia social de la época, el cual llegó a un punto insostenible en el año 2000 y nadie parecía hacer nada para remediarlo. Los profesores no estaban por la labor y tampoco quería darles más preocupaciones a mis padres, que estaban cansados de quejarse a un sistema educativo que estaba en declive y nadie parecía preocuparle, mientras que las nominas llegaran a sus funcionarios.
El caso es que tenía que quedarme a comer en el comedor si o si, pero un día tomé la determinación de «escaparme» del instituto a la hora de comer, porque la situación con los abusones era insostenible y cada vez que les plantaba cara salía mal parado, porque era fatal para las peleas.
Así que me escapé del instituto, pero no tenía donde ir, así que al menos, al principio me guardaba el bocata del almuerzo y con el tiempo cogía avituallamiento de casa para prepararme algo y no morir de hambre. La suerte de que mí instituto Lluís de Requesens, en Molins de Rei (Barcelona) estaba a los pies de Collserola, en la zona del Baix Llobregat, me espabilé en buscar un hueco entre los matorrales y montar el campamento con la mochila, una toalla, el avituallamiento casero, un TBO de Mortadelo y Filemón, o bien los deberes o estudiar la materia si tenía algún examen, y así pasaba las dos o tres horas hasta que volvía entrar responsablemente a las clases de la tarde.
Esta experiencia me enseñó dos de las lecciones más importantes de la vida; a depender de mí mismo porque no podía confiar ni en los profesores, y a ser autosuficiente, porque tampoco quería darles más preocupaciones a mis padres. También me enseñó el declive de una sociedad que iba cada vez más en piloto automático, la verdad, tuve la suerte de haber tenido una família que inculcara unos buenos valores para convertirme en un muchacho responsable y consciente de mis actos y saber a dónde y con quién iba. Porque, a veces, pienso que si me hubiera pasado algo o no fuera tan consiente como fui, la responsabilidad hubiera sido del centro educativo por no asegurarse de cómo salen sus alumnos o por qué faltan en la lista del comedor y, sobre todo, por no evitar el bulling que seguimos arrastrando porque no le daban la suficiente importancia.
Pero a mí, está experiencia sacó el aventurero que llevo dentro, aún cuando ni siquiera sabía nada de autosuficiencia, ni supervivencia, ni acampada, ni nada. Pero demuestra que es ley de vida dejarse llevar por los estímulos de la madre naturaleza para sentirte vivo y sobrevivir.
Pasado el tiempo son historias que siendo adulto pueden contarse porque preinscriben con los años y aprovecho que no me avergüenzo de mencionar a mi antiguo Instituto, ni guardo ningún rencor por las malas experiencias, porque la toma de decisiones son las responsables de convertirnos en quién somos en el futuro, el cual quiero aprovechar a pedirle disculpas por la parte que me toca de irresponsabilidad al escaparme y poder haberle involucrado en un lío gordo. Pero, a la vez, quiero darle las gracias por su irresponsabilidad, porque me enseño una de las lecciones extras que aprendí más importantes de la vida. Así que, lo siento y gracias.
No hay mal que por bien no venga
si sabemos verlo con la perspectiva adecuada.
#ReflexionesNinja
Un par de años más tarde, a finales de 2001, en plena temporada sabática tratando de decidir cómo usar mis talentos al servicio de la sociedad. Por las mañanas asistía a clases de microinformática y redes, combinándolo con mi pasión de dibujante, aunque me acabé frustrando porque no encajaba con el estilo que se pretendía infundir a principios de siglo XXI, al menos fue la sensación que me llevé, y mucho no me he equivocado con los trazos que se acabaron poniendo de moda de un tiempo a esta parte.
Así que empecé a estudiar temporalmente un grado por las mañanas, en una rama de artes gráficas enfocada más a la estampación de ropa, y por las tardes estuve yendo unos meses a un centro de día psicológico, donde me ayudaron a tratar la intimidación del bulling que sufrí durante mi infancia en el colegio e instituto. En donde descubrí oficialmente mi afición cinéfila y ese argumento entre líneas que tienen algunas películas para sacar lo mejor o lo peor de las personas.
Así es como se dio mi conversión al mundo adulto o a la cruda realidad, mi segunda aventura llegó una fatídica tarde que, tras terminar las clases de serigrafía, me dirigía hacía el centro de día pero ya no recuerdo si perdí el billete o se terminaron los viajes y no tenía más dinero para sacarme otro billete, tampoco me quedaba saldo en el móvil porque entonces los SMS tenían un coste. El caso es que fue la primera vez que me colé en un trasporte público, para recorrer un par de kilómetros hasta mi siguiente parada, con la mala suerte que me pillaron los revisores y me multaron.
La multa llegó algún tiempo más tarde a casa, multa que pagué religiosamente y aprendí la lección, pero eso no viene al caso ya. Volviendo a la misma fatídica tarde, que aún no había terminado, cuando terminé la terapia de grupo pertinente, tocaba volver a casa pero, ¿cómo? No tenía dinero, tampoco tenía saldo en el móvil y vivía a unos 20kms de donde me encontraba.
Soy una persona que no me gusta mendigar ayuda mientras me funcione el coco para pensar soluciones prácticas, eficaces y más o menos rápidas, así que solo tenía una opción, darme un paseíto caminando, así fue como nacería inconscientemente mi pasión senderista. Calculando, mentalmente, el tiempo que tardaba en recorrer un tramo multiplicado por varios tramos más de la misma distancia, a ojo de buen cubero, hasta llegar a mi destino.
Y no se me dio tan mal los cálculos, pues llegaba con tiempo de sobras y tardé en recorrer unos 20kms en unas 4 horas, aproximadamente, habiendo salido a las 16:00hrs y llegado a las 20:30hrs, con diluvio universal incluido justo al estar llegando a casa. Una media de 4.7km/h no está nada mal para un principiante con sobrepeso.
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