Ser buena persona también puede marcar la diferencia entre ser un simple profesional y ser un buen profesional. A priori, parece que haya dicho lo mismo porque para algunos trabajar es simplemente trabajar para poder sobrevivir pero, sin embargo, para otros trabajar dignifica las habilidades propias en sus respectivos puestos. Ahí está la diferencia. Y para ser buena persona, primero hay que pensar como gestionar las emociones y los pensamientos, también en el trabajo.
Algo que he observado a lo largo del poco más de la década que llevo trabajando, con especial ahínco en los últimos años donde resalta la transición de la vieja escuela a la nuevas tecnologías, hay muchos trabajadores que se levantan por la mañana sin un objetivo claro o con un objetivo distorsionado, influenciado en la mayoría de los casos por las pautas sociales que obligan a llevar una vida frenética y automatizada sin apenas saborearla, creyendo disfrutarla y, en realidad, solo improvisan sobre la marcha
Improvisar profesionalmente repercute en repetir procedimientos una vez aprendidos, con el riesgo que supone el estancamiento de crear leyendas por falta de renovación, obsesionándose por sacar las tareas y trasladando el trabajo a la vida personal. Aumentando el frenesí en ambas vidas hasta el posible colapso total si no se pone remedio antes, por no disfrutar la vida como creemos o esperamos vivirla.
Hay que trabajar para vivir, correcto, pero de vez en cuando hay que poner los pies en el suelo, metafóricamente hablando, para no perder el rumbo ni la ilusión que un día de niños marcaron nuestras metas. Incluso, en el caso de verse obligado a trabajar de cualquier oficio por supervivencia dadas las consecuencias que sean de la vida, trabajar con pasión, incluso por obligación, es mucho más ameno que hacerlo hastiado de por vida. En ocasiones, de manera temporal pro alguna mala racha, en otras de manera permanente por no saber poner remedio a esas malas rachas o una mala práctica de hábitos. De ahí la importancia de frenar y hacer balance de dónde venimos, por donde vamos y a donde queremos ir.
La diferencia de un buen profesional que sabe disfrutar en todo momento de lo que hace, tanto profesional como personal, diferenciando cada caso si cabe. Está en el poder de priorizar las tareas pensando por sí mismo, en lugar de dejarse arrastrar por las expectativas, yendo paso a paso hasta alcanzar la totalidad de sus metas. Puede parecer paradójico caer en la pereza por el gasto energético que supone salir de la zona de confort, por el motivo que sea, casi siempre por miedos irracionales y, sin embargo, lo fácil que es caer en la tentación del hastío que, igualmente hay que hacer un gasto calórico para realizar las tareas a desgana. La diferencia está en cambiar la actitud del pensamiento para cambiar los hábitos o cambiar a una perspectiva más dinámica de realizar las tareas más tediosas, convirtiendo las obligaciones en devociones. El resultado obtenemos un profesional más implicado y proactivo, ya que comprende la tarea para desarrollarla y, en caso necesario, improvisar para reorganizar o mejorar el automatismo del procedimiento.
La diferencia entre un profesional y un buen profesional, es aprender a gestionar los pensamientos por sí mismos, haciendo uso de la reflexión y auto-crítica para cambiar o mejorar hábitos más saludables y divertidos.