Llegó la hora de hacer balance de un nuevo año, repleto de cosas buenas y cosas malas.
2020 ha sido un año inusual, o todo lo contrario, lo que demuestra que las cosas no son lo que parecen ni lo que nos quieren hacer aparentar. Las cosas hay que afrontarlas según como nos vienen, para bien o para mal, de lo malo se aprende a mejorar o cambiar lo que no nos guste, en la medida de cada cosa y siendo consecuente con nuestras decisiones.
Pero en ningún caso habría que dejarse llevar por las apariencias o lo políticamente correcto, porque luego llegan las decepciones, los lamentos, los “te lo dije”, los reproches, las malas decisiones y las personas que te absorben el alma porque les falta o no conocen su propósito y, aparentemente, parece que sea más sencillo robarselo a quién sí lo tiene.
Hay que vivir con plenitud, con convicción, seguros de nosotros mismos, siguiendo nuestra intuición, porque ella es nuestra guía, la que nunca se equivoca. Incluso cuando dudamos, ya es un síntoma de que nunca se equivoca, y si no le hacemos caso estaremos faltando el respeto a nosotros mismos, a nuestros principios y a todo lo que nos ha forjado como personas. A partir de ahí, seguir nuestros sueños, marcará toda la diferencia entre establecer un hábito o saltarse los propósitos.
Evidentemente 2020 no es que haya sido un buen año que digamos pero, en realidad, no ha sido mejor ni peor que otros años pasados, ni mucho menos que otros que vendrán, más que nada porque nadie es adivino para saberlo. Ha sido diferente, quizá con más cosas malas de las que estamos o nos tienen acostumbrados a vivir, pero también sus cosas buenas como aprender a desarrollar nuestras capacidades físicas y cognitivas. Y eso es algo que solo depende de nosotros mismos. Nadie es dueño de nadie, ni debería tomarse la libertad de juzgar a nadie, no sin antes de haberse tomado las molestias de conocerlo realmente, y eso lleva un tiempo largo. Ni siquiera las leyes, porque al fin y al cabo no dejan de estar escritas por otras personas que no son más ni menos que nadie porque lo diga un papel o título. Cada persona tiene sus sentimientos y sus biorritmos, en función de su experiencia y capaz de lograr lo que se imagine, conociendo sus limitaciones físicas, hasta donde lleguen sus aspiraciones emocionales. A partir de ahí, con respeto, podemos coexistir con las diferentes jerarquías.
Para mí, 2020 ha sido un año revelador y mucho más maduro en todos los aspectos, me ha hecho reafirmarme en ser consciente de disfrutar cada pequeño detalle de la vida, bueno o malo, durante los 365 días del año en lugar de serlo únicamente en fechas señaladas. Centrandome en mis propósitos independientemente de lo que me digan, únicamente por el hecho de que me hace feliz y los consejos de nadie tienen tanto poder como el propósito personal. Huyendo de las personas que aconsejan no intentar algo que, ni siquiera ellas han intentado o intentarían por el hecho de que no lo compete las pautas sociales, y de aquellas que aparentan promesas incumplidas de palabra con mil propósitos y a medio camino se les olvida o les da pereza cumplir los hechos, siendo más fácil y peor buscar culpables. Sin ánimo de menospreciar a este tipo de personas, al contrario, precisamente por respetarlas como no se merecen y más necesitan, pero como no hay más ciego que el que no quiere ver, sino aprender por sí mismos las lecciones que nos pone la vida para sumar conocimientos, de lo contrario, se convierten en asuntos pendientes sin resolver y no podemos aportar sin conocernos a nosotros mismos.
En cuanto la Navidad, es la época del año que más nostálgico y filósofo me pone, porque recuerdo con añoro todos esos paseos de niño que me inculcaron por el Born de la Barcelona, las figuritas y el espíritu navideño de la plaza de la Catedral, los espectáculos del Cortilandia de los 90’s, concretamente dos sobre la temática de los Pitufos que más recuerdo y otro sobre el gigante Gulliver (o como se escriba) o las montañas nevadas de La Alcarria, el frío alcarreño que te corta los labios y hasta los dedos de los pies. Y aunque me gusta revivir la situaciones nostálgicas, porque considero que es una manera de poner los pies en el suelo para acordarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos, he aprendido a celebrarlo con el mismo ímpetu pero sin las pautas sociales, es decir, valorando esos pequeños detalles con el sentimiento que se merece, aunque no lleven la ornamenta correspondiente.
Por eso, los más necesitados no son quienes menos tienen, sino quienes menos entienden, pero paciencia y salud los biorritmos nos irán poniendo a cada uno en nuestro lugar. Así que, tan solo le pido al 2021 que sea el doble de bueno que los anteriores y la mitad que los posteriores.
¡¡¡FELICES PROPÓSITOS y PRÓSPEROS DESEOS!!