La homeopatía no es una ciencia, es un placebo, y es la prueba irrefutable de que se puede lograr todo aquello que podamos imaginar con el poder de la mente.
El problema es que la mayoría de la gente solo quiere ver lo que le interesa por pereza, porque es más cómodo «fiarse» de otras fuentes que se encargan de desarrollar una especialidad en concreto, que creer en sí mismos para ser parte del desarrollo. Hace años cuando la ciencia estaba en fase beta estudiando los microorganismos e infecciones que a día de hoy podemos demostrar como causantes de las enfermedades. Pero, los antiguos preferían creer en toda clase de magias o creencias espirituales, llegando a inventarse recetas o curas milagrosas, como los Miasmas, se trata de una teoría elaborada por el fisiólogo Samuel Hahnemann en 1798 que proponía que “lo similar cura lo similar”.
Pero en realidad, el efecto placebo no es nada, o mejor dicho, es una manera sútil de definir el «engaño» comercial de las ventas irrelevantes del mercado que mueven la economía. Irrelevantes porque se tratan de ventas de producto que no suponen una necesidad básica, más bien suponen un capricho que una necesidad.
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La parte positiva de la homeopatía está en que, para bien o para mal, motiva la voluntad del consumidor para realizar una acción (a través de un producto más falso que un euro de chocolate) para hacer creer que proporciona una solución al problema. A través de la satisfacción de pensar que está haciendo algo beneficioso sin mayor esfuerzo gracias a un producto «milagroso» o curativo que ha adquirido con el sudor de su esfuerzo. Esa sería la parte constructiva, porque el consumidor hace mover la economía al estar comprando un servicio con el dinero de su propio bolsillo ganado durante la jornada laboral.
Ese es el pilar fundamental del capitalismo que mantiene el consumismo por encima de sus necesidades para parecer imprescindible. Imprescindible para refrescar la economía, pero en realidad prescindible si no vivieramos de una sociedad materialista que vive expresamente de la superficialidad de los productos, en lugar de vivir directamente de lo estrictamente necesario.