Ya hemos dejado atrás las fiestas más señaladas de todas y, como viene siendo habitual con el paso del tiempo, no puedo dejar de pararme a observar a la cantidad de compradores compulsivos que desperdician su dinero, respetablemente por supuesto, pero compulsivos en algunas ilusiones materiales (no todas, pero sí la mayoría, no vamos a negarlo) que con el tiempo caerán en el olvido y que podrían haberse invertido a largo plazo en otra ilusión más emocional, e incluso otra material con más renombre como un viaje, etc.
Cada uno con su dinero puede hacer lo que quiera, ahí no me meto pero, partiendo de la base de lo que cuesta ahorrar y mantener las necesidades básicas por las que tanto luchamos por conseguir día a día, generalmente, el desperdicio suele venir dado por la gente que cuando ahorra un poco lo dedica a invertirlo en cualquier necesidad sin ningun tipo de prioridad aparente. En lugar de guardar un margen económico para el incierto futuro, aunque sea un mínimo para imprevistos, ahí es donde reside el esfuerzo durante el presente para labrar un buen futuro.
Pero no solo en el gasto material de divisas se refiere este desperdicio de ilusiones a corto plazo, sino el más importante de todos; el desperdicio de la falta o perdida de la fe y voluntad propias, para hacer y esperar acciones desinteresadamente sin esperar nada a cambio. Esa debe ser la magia y el mejor regalo que debemos esperar de las ocasiones especiales, el recuerdo de los valores para seguir aplicándolo el resto de los 365 días.
De lo contrario, nos arriesgamos a vivir cada cuál por encima de sus posibilidades, material y emocionalmente, en la medida de cada uno.