Nadie nace aprendido ni sabe cuando dejará de aprender, por eso el camino es más interesante que llegar a la meta, porque mientras andamos el camino aprendemos lo que sabemos poniéndolo en práctica con la experiencia que vamos adquiriendo, y cuando llegamos a la meta de poco sirve más que la satisfacción de haber escogido ciertas elecciones que nos han hecho disfrutar dicha experiencia más o menos, antes que todo acabe. Esto es aplicable a cualquier fin de ciclo, de proyecto, de relación, incluida, por supuesto, nuestra propia existencia.
Durante nuestro aprendizaje se valora la capacidad de ir moldeándonos éticamente a través de nuestros progenitores (casa) y culturalmente a través de nuestros mentores (escuela). Teóricamente, según vamos evolucionando vamos progresando en nuestras estrategias, depende de cada entorno inculcar unos principios básicos para saber interpretar, comprender, criticar, diferenciar, reflexionar y escoger las elecciones que nos hagan disfrutar de la experiencia que nos aporte el respectivo conocimiento que vaya sumando a dichos principios. Siempre desde el respeto, la tolerancia y la discreción, independientemente de la libertad pública que afronten nuestras limitaciones. Al margen de las pautas sociales de convivencia de cada contexto, las únicas limitaciones que existen están en el conocimiento que vamos adquiriendo para saber actuar en cada situación, basada en los principios adquiridos, dependiendo cada contexto determinado.
Hasta ahí bien, ahora viene cuando en la actualidad, una parte de la población para no generalizar ni discriminar a quienes si alcanzan el equilibrio de sus principios y necesidades, no saben controlar el equilibrio de sus principios a pesar de todos los progresos científicos que los humanos han adquirido para evolucionar como especie, pone en duda el razonamiento de tales. Porque, en lugar de hacer la especie más libre y coherente que cuando, teóricamente, era más limitada antes alcanzar el progreso. El exceso de información o la mala gestión de la misma ha causado una desorganización mental de tal calibre, que ha provocado un aumento de los prejuicios, de la intolerancia, del egoísmo, de la falta de empatía, de la división cultural por intereses en cualquier aspecto, etc.
En lugar de amar y respetar al prójimo y actuar en coherencia con los principios propios para tener más que ofrecer, parece que se ha desproporcionado los valores del egoísmo cuando menos supervivencia hace falta porque existen menos necesidades que antes del progreso. Actuando solidariamente y únicamente por aparentar lo contrario, con el fin de tener exceso de gananciales, primando el no tener perdidas con las excusa de no volver a pasar necesidad. Cuando la mayor necesidad que existe es la del control infravalorado de las emociones y el poder de la mente, un barrio oscuro y peligroso por el potencial que esconde e infravaloramos ante lo desconocido.

La reflexión que propongo con este post es un ejercicio de autocrítica que deberíamos hacernos todos en algún momento para no infravalorar, con el riesgo que concierne perder, la libertad de expresión objetiva. Al igual que las opiniones, hay dos tipos de libertades; objetiva y subjetiva.
La libertad subjetiva son las libertades subjetivas que tienen el derecho de poner en práctica sus principios, para bien o para mal, arrastrando a las demás.
La libertad objetiva es la suma de las libertades que toleran la subjetividad, aunque no se comparta, para valorar y analizar todas las perspectivas.
Un ejemplo claro de infravalorar o sobrevalorar la libertad de expresión, se ha acentuado actualmente con la libertad de información que, evidentemente, promueve Internet y las Redes Sociales. El hecho de las libertades que se toman ciertos individuos, aprovechándose furtivamente del aparente anonimato, para recriminar, reprochar y acosar espontáneamente, o en el peor de los casos con la intención delictiva de tomarse la justicia por su mano. La Red no deja ser una proyección de la realidad que proyecta y acerca las virtudes y defectos de las personas para compartirlas con el resto de personas, para bien y para mal, dependiendo del interés que hayan o hayamos tenido en la educación de nuestros principios. Tanto en la red como en la vida real deberíamos aplicar la ley moral de respetar así como nos gustaría que fuésemos respetamos, sin más, tolerando los errores o equivocaciones humanos desintencionados que puede tener cualquiera.