La reflexión de hoy se ve inducida, lamentablemente, a causa de la delicada situación socio-cultural por la que atraviesa España en pleno siglo XXI. Pero, como siempre que hago una reflexión parecida, no voy a hablar de política ni hacer uso de distinciones o etiquetas más allá de centrarme en cómo nos afecta los prejuicios en general, para bien o para mal, el sentir de ser de las cosas importantes de verdad que podría aplicarse a cualquier situación similar. Para que cada uno, independientemente de su opinión, pueda inducirse, a la vez, a la reflexión y la auto-crítica sin ánimo de coacciones, que es lo que nos hace falta.
Como alguna vez he explicado, España fue un gran imperio que, a causa de los prejuicios y los intereses personales que se mezclaron con los asuntos de política y sociales desde la época de ‘La Reconquista’ (al menos, esa es mi conclusión hasta la fecha), se desmoronó en todos los sentidos. A pesar de todo, es un país con unas grandes riquezas culturales tanto históricas como actuales que mantiene su gran potencial dormido por culpa de dichos prejuicios e intereses personales.
Las grandes cualidades que dispone España a nivel cultural son la diversidad de regiones con sus idiomas oficiales, cooficiales, dialectos, acentos, sus costumbres, sus tradiciones, sus gastronomías, su gran variedad de climatologías por zonas y por estaciones en cada una de ellas, la diversidad del carácter de sus lugareños condicionados por la zona geográfica, sus humores, sus pasatiempos de ocio, etc. Cualidades que saben explotar hasta que logran sus primeros frutos y la avaricia les corroe hasta corromperles, o bien, tropiezan hasta que la frustración les llena de odio e impotencia. Entonces es cuando aflora el instinto de supervivencia para no hundirse en la miseria absoluta, aunque se tenga que lograr a toda costa y dependiendo del nivel de rencor y escrúpulos de cada experiencia, puede resultar más o menos embarazoso haciendo uso de ese humor tan característico español en que puede llegar a convertirse en algo tan desagradable como chascarrillos malinterpretados de manera continuada para destacar las virtudes cuando más escasean, especialmente cuando nos encasillamos en los prejuicios.
De esa manera, España, va arrastrando su pasado glorioso mezclado con las inquietudes de su diversidad y confrontándose entre sí en determinados casos, aprovechándose unos por interés, otros por poder, otros por venganza, oprimiéndose entre sí el afán de cada uno con la sed de venganza y justificándose en defensa propia. Y así, ojo por ojo todos ciegos y nadie conseguirá ponerse de acuerdo en nada.
Empezando por la diversidad de partidos políticos que son el reflejo de una sociedad variada que no logra ponerse de acuerdo, en lugar de tener un representante, tiene tantos como desacuerdos abiertos existen porque en función de los intereses divididos, por ente, se multiplican los problemas.
Los rencores y resentimientos que provoca la frustración obligan a las malas decisiones en caliente de hacer borrón y cuenta de querer olvidar la memoria histórica, como si pudiéramos borrar el pasado así como así, lo hecho hecho está y tan solo podemos huir o aprender de él para no cometer los mismos fallos. Y, deberíamos, aprender a dialogar en consenso como esos adultos que un día quisimos ser de niños.
La formula (que acabo de inventar, por cierto) para definir la paz interior, se trata de que el éxito individual es el resultado del éxito colectivo por alegrarse del éxito ajeno.
PI (EI = EC x EA)
Y por último, hay que dejar las apariencias a un lado y hacer que cuenten las experiencias, granito a granito se eleva la montaña. Teniendo presente la ley de la voluntad que refleja la esencia de todas las religiones del mundo de que no podemos controlar las circunstancias ajenas, por eso hemos de interiorizar humildemente que la culpa siempre es de uno mismo, y aún así, en el hipotético caso de que veamos un claro culpable ajeno a nosotros, sigue dependiendo de nosotros mismos que nos afecte, o como nos afecte, gracias al poder de la actitud, para que no perturbe la realidad en la medida de lo posible.
Y dicho esto, me despido cordialmente animando a que todo aquél que lo desee puede dejar un comentario expresando su opinión aunque sea distinta. Porque está claro que no hay nadie que piense igual, por muy igual que parezca cada cual es un granito de la montaña que construye o destruye según sus intereses o costumbres, y a la vez, es dueño de su actitud. ¿y tú, que decides? #HazQueCuente