Sin ánimo de discriminar ni caer en clasismos pero, es evidente cómo funciona el mundo dominado por los prejuicios y sin más afán que el de inducir a la reflexión y la autocrítica para aportar una posible mejoría a ello, definiré los tres tipos de personas principales que mueven los intereses del mundo; los ricos sin oficio, los ricos con beneficio y los pobres ilusos.
Los ricos sin oficio vendrían a ser aquellas personas que nacen en círculos sociales o familias adineradas y no conocen el esfuerzo de lograr el capital más allá de realizar inversiones y acciones. Evidentemente son respetables pero, también cuestionables partiendo de la base de la igualdad de «quien algo quiere, algo le cuesta».
Los ricos con beneficio vendrían a ser aquellos intelectuales que han estudiado hasta alcanzar un status de expertos en la materia respectiva, en cualquier caso mejor merecido con más dignidad que los ricos sin oficio. Al menos, personalmente se ganan mi respeto porque aportan más a la sociedad que la simple ‘oferta-demanda’ del mercado.
A raíz de los ricos sin oficio y con beneficio, podríamos destacar un híbrido de ambos, en el que a pesar de que un rico no tenga oficio por salir de un círculo o familia adinerada pero gracias a dicho privilegio pueda permitirse emprender una carrera para acabar dependiendo de su propio beneficio. En estos casos, dicha ambición redime su dignidad y le honra más.
Por último, en el último grupo, estarían los pobres ilusos que con mejor recursos o posibilidades de supervivencia tienen más mérito lograr mantener o evolucionar su status. A través y gracias a sus ilusiones por ser feliz con lo poco que tiene porque no necesita más, pero la ambición de supervivencia le desarrollan unas habilidades innatas (dormidas en los dos primeros grupos, especialmente en el primero) para sobrevivir adaptándose al medio a través del aprendizaje. Para bien o para mal, esa siempre es la cuestión y a veces con mayor o peor suerte también.