Hoy es martes y trece y la tradición superticiosa augura malos resultados. Al margen de mis manías, no me considero supersticioso y pienso que cada individuo cultiva su propia suerte a través de su actitud, con pequeñas acciones y metas, para esforzarse en lo que le interesa.
Cualquier día es un buen día para levantarse con cualquier pie o, mejor todavía, con los dos a la vez y hacer que la rutina sea divertida, sonriendo, cambiando de ruta aunque tengamos que ir al mismo sitio de todos los días, dejandonos sorprender por las cosas más simples, como si fuera la primera vez que lo vieramos aunque estemos aburridos de verlo, echándole imaginación y humor.
No menospreciemos ni infravaloremos aquello que es monotono o extraño para nosotros pòrque, lo que es extraño para nosotros puede ser un mundo para otra persona, no sabemos quién puede sensibilizarse con algo que a nosotros nos parezca una tontería. Con cierta objetividad, diferenciando la inocencia de la incredulidad.

Mostremos empatía por el mundo y regalemos sonrisas a quién menos las merece, porque son quienes más las necesitan. Y sonríamos a pesar de los problemas porque siempre habrá alguien que lo esté pasando peor (o mejor) y por muy mal que estemos, sea con más o menos razón todo tiene arreglo y es temporal, excepto la muerte y las «enfermedades». Estar o seguir mal no solo no arreglamos el problema, si no que, además, empeoramos la situación porque nos parasitamos y transmitimos la energía negativa a nuestro entorno. Las cosas pueden hablarse o consolarse teniendo mucho más efecto transmitiendo energía positiva asertivamente y estando positivos, que seguir de mal humor. Además, sonreír no cuesta nada y mejora el estado ánimo con solo cambiar el gesto de la cara, al sonreír se ejercitan más músculos que cuando hacemos deporte. Más vale una risa fingida al principio que desencadene un buen hábito por el resto de nuestra vida, que permanecer con «cara de acelga» por el resto de la eternidad.