El otro día mientras ordenaba la leonera y hacía limpieza preventiva me vino a la mente una reflexión metafórica sobre la vida misma. Acumulamos demasiados trastos nostálgicos pensando en que nos serán de ayuda en un futuro incierto. Y en el caso de que se cumpla la probabilidad de reutilizar un trasto viejo resulta que acabamos comprando otro nuevo por compatibilidad actual, por tener el que teníamos guardado a desmano y mil excusas parecidas (ciertas o no) más.
El caso es que vamos acumulando trastos viejos con mayor o menor significado emocional, utilidad práctica, etc. como si tuviéramos el síndrome de Diógenes o nos creyeramos Dios para tener todo lo que queramos. Cierto es, que todos los trastos tampoco son inútiles, todo hay que decirlo, hay trastos y objetos que acaban reutilizándose en el momento apropiado, como si el destino existiese y tuviera un lugar para cada cosa. La cuestión es saber hacer una buena criba para obtenerlos, mantenerlo y reutilizarlos.
Por eso es recomendable hacer una limpieza cada “x” tiempo, no solo en sentido literal, también en sentido figurado para ordenar los trastos materiales de nuestra vida y tirar lo que no sirve a la basura. Tampoco significa que tengamos que tirar todo lo que no usemos ni que todo lo que tengamos guardado no sirva, de ahí la importancia de hacer un filtrado.
Debemos limpiar, ordenar, arreglar aquello que nos sirva o queramos mantener. Y retirar, reutilizar o devolver aquello que ya no nos sirva y solo esté ocupando espacio. Deshacerse de según qué cosas duele, por eso es importante no aferrarse a algo que ya ha cumplido su propósito, para bien o para mal.