Hay una gran diferencia entre tristeza y felicidad siendo compatibles de coincidir en el mismo espacio temporal o circunstancia. De hecho, ambas son necesarias para equilibrar las emociones, la felicidad nos llena de euforia y la tristeza nos pone los pies en el suelo, o viceversa, la felicidad también nos saca del pozo de la amargura.
La tristeza es una emoción circunstancial producida por una decepción duradera relativa al tiempo que se tarda en asimilar su función o solución. Cuando la percepción se alarga más de lo habitual o se convierte en algo crónico, a causa de alguna dolencia, podríamos estar hablando de drama o depresión.
Mientras que la felicidad es un estilo de vida optimista, que puede mezclar emociones circunstanciales con la tristeza o la alegría a la vez. Siempre es la solución a cualquier circunstancia triste o drama, aunque sea falsamente al principio hasta crear un hábito.
Quien es feliz lo es a pesar de sus circunstancias, dando gracias a la vida por tener lo poco o mucho que se pueda tener. Se puede ser feliz y estar triste a la vez, porque no siempre nos van a salir los planes como queremos. La felicidad es la motivación de seguir insistiendo hasta que los planes salen bien y, si no salen bien, al menos se disfruta el camino de haberlo intentado, esa es la auténtica aventura de vivir y ser feliz.
Cuantos más voltajes de felicidad, más viviremos con intensidad y menos probabilidades tendremos de prolongar las decepciones.