Especie descatalogada

Como siempre he dicho, no hay dos personas iguales y, tampoco, diferentes del todo, cada cual con sus virtudes y defectos que nos hacen tan auténticos y genuinos. Pero, dentro de los patrones sociales del progreso de la humanidad, podríamos decir que se han generado dos grandes grupos globales de personas;

Por un lado, podríamos identificar a un grupo numeroso de soñadores con grandes aspiraciones y que, sin embargo, se conforman en seguir una serie de pautas convencionales teniendo la certeza que es lo correcto porque está socialmente aprobado y aparentan con cierta falsa modestia que son felices. Cuando en realidad se sienten frustrados porque ven como se van desvaneciendo los sueños que tienen acumulados mientras fingen ser felices para poner buena cara al mal tiempo. Y si se encuentran con alguien del otro grupo, intentan convencerles de que todo lo que sobresalga de las normas convencionales son una utopía. En este grupo de personas podemos encontrar mayormente psicópatas y narcisistas, aunque también podemos encontrar personas empáticas despersonalizadas, con la moral hundida por unas creencias populares e irracionales.

Por otro lado, tenemos otro grupo de soñadores, más auténticos si cabe, que saben adaptarse a las pautas convencionales y, además, saben crear sus propias normas para emprender su propósito. Propósito  que irán avanzando más o menos ágil pero, sin duda, con una base firme en el autoconocimiento, la reflexión y la autocrítica. Posiblemente dando lugar a más de una divagación durante el proceso, pero dentro de la normalidad de un conflicto interior cuando se está dispuesto a explorar la verdad  sin tapujos.

Todo el mundo ha experimentado el sufrimiento alguna vez en su vida, de lo contrario es que todavía se es demasiado joven para ello. Aunque tampoco está mal conocer la verdad en ningún caso para anticiparse a la parte dolorosa de las emociones para poder anticiparse, en la medida de lo posible, canalizando la mayor de las energías sin desperdiciarlo en simulacros. Las personas, después de enfrentarse al sufrimiento, tienden a reaccionar de dos posibles maneras; refugiarse en el negacionismo del primer grupo o canalizar las emociones en el segundo grupo para aprender de dicho sufrimiento.

Nadie es dueño de nadie ni de nada, todas las especies vivas hemos llegado a este mundo a cumplir una función. En el caso de los humanos son funciones más complejas y desarrolladas, vestimos con ropa, desarrollamos estrategias de formación para desempeñar mejor las funciones, etc. Pero el ciclo vienes a ser el mismo que en el resto de las especies; nacer, aprender, relacionarse, emparejarse, sobrevivir, estabilizarse, transmitir conocimientos y, finalmente, morir. Lo que seguramente nos diferencia del resto de las especies, o al menos de algunas, es la capacidad natural de percibir nuestro entorno y sentirnos en armonía conectados con todo aquello que nos envuelve. Se necesita entrenamiento, como para casi todo, nadie nace aprendido. Se trata de escoger bien las prioridades en función de nuestras necesidades, utilizando el instinto competitivo únicamente como extrema necesidad. El progreso y la calidad de vida es la finalidad de nuestra esencia, por lo que si nos estancamos en ello corremos el riesgo de atrofiar nuestras habilidades naturales, como suele ocurrir con la civilización de las grandes urbes. A diferencias de las pequeñas poblaciones rurales, hay que esforzarse más pero eso es lo que mantiene en forma las habilidades físicas y emocionales, con sus momentos de euforia como de baja moral, todo forma parte del proceso de aprendizaje y recuperación de nuestros sentidos.

Lo que intento transmitir es que en el interior de todos nosotros existe un gran potencial, desconocido hasta que aprendemos a valorar el minimalismo de nuestro entorno. Dejemos que fluya ese potencial e incentivemos, también, los potenciales ajenos. Si una vez que aprendamos a controlarlo es un gran potencial, uniendo varios potenciales seremos imparables. Pero para ello (aquí viene el sacrificio para muchos) hemos de olvidarnos de los prejuicios y la codependencia, no tomando a personal los juicios y/o acciones a personal. Porque todo el mundo tiene derecho a reaccionar y accionar en función de sus prioridades, la cuestión está conectar cuando hay interés mutuo o desconectar cuando no, sin tener ni recriminar sensación alguna de frustración, ya sea sobre nosotros mismos o sobre terceras personas.

Hay que mostrarse receptivo durante el aprendizaje, al igual que cuando somos niños, escuchar nuestra propia intuición y dejar que otros también lo sean. De esa manera estaremos preparados para transmitir más adelante lo aprendido e interactuar asertivamente con otros que también estén preparados, para compartir nuevos conocimientos o desapegarnos de los que no nos convengan.

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