Desde tiempos remotos el maquillaje se ha utilizado como un complemento estético que realza o camufla las facciones de nuestro cuerpo. Las antiguas tribus indígenas lo usaban como camuflaje cuando se disponían a cazar o protegerse, y como adorno para realzar el apareamiento o los festejos.
A lo largo de los años se ha mantenido la misma tradición de usar maquillajes como defensa para camuflarse en las guerras, infiltrarse en cacerías, reportajes fotográficos de animales, especialmente en los festejos como los desfiles de modelos o engalanarse para las celebraciones o disfrutar del tiempo de ocio.
En la actualidad los maquillajes y las pinturas han evolucionado su fabricación, materiales y uso de los colores para realzar la belleza y transformar nuestra apariencia, y está muy bien contar con herramientas que incentiven la creación y la autoconfianza pero, ¿realmente es necesario o primordial depender de una herramienta para equilibrar la apariencia de nuestras emociones?
En realidad, no dejamos de maquillar la realidad aparentando una forma de ser que no permite brillar en toda su esplendor a la belleza de nuestro interior, porque no somos capaces de gestionar por naturaleza sin ser estrictamente necesario o, quizá, nos dejamos llevar impulsivamente por esa naturaleza superficial mientras que la evolución racional nos contradice con la belleza del interior.
En cualquier caso, el equilibrio para maquillar la realidad o dejar que brille por naturaleza, depende de nuestro desarrollo personal gestionando las emociones.